Los trancos
TRANCO I
Al leer este Tranco del maestro Bracho, las ganas por llegar a la cantina más cercana y tomarse un tequila o un mezcal y saborear unos taquitos de chicharrón en salsa verde y sobre todo contemplar las piernas de MarÃa, es un deseo que todos los siete miembros activos de este siete veces H. Consejo Editorial, va a cumplir en este instante. SÃ, las cosas buenas de la vida no pueden dejarse para después o para mañana o para otro dÃa. Todo lo bueno que se presenta a nuestros ojos debe ser consumido, visto, deleitado, comido, bebido, gozado a plenitud, sin pichicaterÃas, sin medida. Eso es saber vivir la vida. Huir, correr, alejarse de todo lo Light; sÃ, amigas no pripanistas, huyan de todo lo que esté contaminado de lo Light: refrescos Light, comida Light, amores Light, besos Light, caricias Light, amistades Light, romances Light, amistades Light… No practiquen eso nunca, no. Aléjense de lo Light como si se alejaran de un mal incurable. Denle la espalda a lo ligero. SÃ, evidentemente, si va a beber algo, vino, cerveza, refresco, que sean enteros; si va a comer, si va a hacer el amor, si va a acariciar al ser amado, si va a iniciar una amistad, si va a tener un romance, que sean de a de veras, que estos trances sean profundos, amplios, bastantes, bastos y llenos, tómelos, bébalos, hágalos sin medida, con la entrega total, con toda la fuerza que salga de su ser, con toda la pasión que surja de sus entrañas. Es lo mejor, es la receta para llegar a la felicidad. Es la forma más simple de arribar a la cumbre de lo bello. Es la mejor manera de tener la sonrisa pegada al rostro. Y sobre todo podrá soportar los cinismos y fraudes y robos y traiciones de los polÃticos mexicas. Esto se lo recomendamos ampliamente. Lo decimos con conocimiento de causa. Lo decimos porque, como Bracho lo hace, es lo que hacemos nosotros en la vida diaria, y se lo podemos decir con certeza republicana: sÃ, es cierto, es verdad lo que aseveramos.
Anotado esto dejemos que el señor Bracho nos hable en su Tranco de estos asuntos tan delicados:
MarÃa me pidió que fuera a la cocina de Mi Oficina porque un foco estaba fundido y no habÃa nadie en ese momento que la ayudara a reponerlo. Era una treta. El foco estaba perfecto. MarÃa sólo deseaba que le diera un beso. No le di uno, sino varios. Tantos que yo creà que iba a morir de amor, que iba a caer al suelo, que el desmayo llegarÃa, o todo lo contrario, que esa manera que tiene MarÃa de entregarse, me darÃa fuerzas venidas de Baco y de Afrodita y que el beso luego me llevarÃa a las cumbres borrascosas de la pasión. Y no, no podÃamos hacer lo que se debe hacer en estos casos, escuchamos los pasos de las cocineras y yo, raudo, me trepé a la escalera y fingà mi tarea: poner el foco. Bajé, saludé a Juanita y a Rosita. Me senté en la mesa que mira a la calle. Respiré cuatro o cinco veces y ese leve ejercicio me hizo entrar a la normalidad. Miré cómo los maestros marchaban nuevamente pidiendo, exigiendo el cese de las campañas contra ellos y gritándole a los gobernantes el tamaño de sus traiciones a la clase trabajadora. MarÃa me puso una ringlera de cuatro caballitos de tequila blanco, sÃ, amigas, del que me gusta, tequila no Light, ni mucho menos, tequila entero, del que raspa, del que al tomarlo prende el fuego en nuestro corazón. Bueno, a decir verdad, MarÃa ya me habÃa encendido y ni tardo ni perezoso, al dar las doce de la noche, pasarÃa por ella y la llevarÃa a donde los amantes suelen llevar a sus amores. La llevarÃa a recorrer los caminos más sinuosos y más complejos de mi cuerpo, yo la recorrerÃa a ella de la boca a sus manos, de sus manos a sus labios, de sus labios a sus piernas, y cuando la luna entrara por su ventana, yo iniciarÃa el acto mágico del amor. Tomé lentamente los cuatro caballitos, al cuarto ya me habÃa calmado, ya habÃa digerido el juego matutino de los besos ardientes. Ya la aventura del foco descompuesto era historia pasada. Luego alcancé a ver unas mantas con las protestas de los maestros impresas con tinta roja. Mantas que leÃdas todas, narran las tristes peripecias de todas las maestras que han dejado a lo largo de su vida la entrega para darles a los alumnos algo de vida. Mantas que dicen la infamia de las que son capaces todos los polÃticos que han traicionado a la clase trabajadora. Mantas que resumen, no sólo las protestas de los maestros, sino las protestas de los estudiantes, de los obreros, de los indÃgenas, de las amas de casa, de los trabajadores de la ciudad, de los campesinos, de los pequeños comerciantes, de los mineros, de los taxistas, de los ferrocarrileros, de los cargadores. O sea, mantas que si fueran leÃdas por los diputados o los senadores o por el presidente en turno, y les hicieran caso y les prestaran la atención debida y cesaran en sus polÃticas entreguistas, otro México serÃa el que gozáramos. Otro México, democrático y de libertades plenas y de justicia rápida y expedita y de reparto democrático y justo de la riqueza, serÃa el que tuviéramos. Y no el que ahora nos acaba, nos llena de vergüenza revolucionaria. Pero bueno, los clásicos dicen que las penas con pan son buenas. Y sÃ, para no morir en el recuerdo de lo que puede ser y no es, para no sucumbir a los golpes bajos de los polacos mexicas, para tratar de vivir un poco en paz, le pedà a MarÃa que en el molcajete de mi mesa, pusiera un guacamole, unos chilitos toreados, unos pedazos de queso Cotija, y que del comal trajera unas tortillas de maÃz morado, y que luego de los cacahuates con chilito piquÃn y los garbanzos asados, que me trajera un plato con una porción generosa de chilaquiles con un huevo arriba, y unos dos taquitos de barbacoa que olÃa a cielo y a estrellas vespertinas, y que si me quedaba lugar en el estómago, de postre preparara unos chongos zamoranos y tuviera listo en la estufa un café de olla. Todo este banquete citadino lo consumà con el gusto no Light. Y sÃ, amigas insumisas, eso me dio fuerza suficiente para aguantar los desmanes de los gobernantes, me dio fuerzas para aguantar la impresión del mal sabor que me dejaba la lectura de las mantas. A MarÃa le dije que pasarÃa más noche por ella. Caminé varias calles y la rabia se me habÃa pasado un poco. Pensé en los besos de MarÃa. Pensé en los ojos de MarÃa. Pensé en esos brazos que me dan calor. Pensé en su voz. Pensé en su charla que está siempre cargada de amor, de ideas certeras, de palabras justas que me ayudan a entender la maldad humana… sÃ, asà de simple.
Vale. Abur.