TodavÃa no es nostalgia
Durante 1994 asistà cada sábado a un taller de narrativa en el Museo del Chopo, el poeta Juan José de Giovannini lo impartÃa. Luego de varios meses bajo su tutela nos alentó para que hiciéramos una revista literaria, argumentando que ya tenÃamos cierta calidad para publicar nuestros cuentitos. Entusiasmados, ocho integrantes del taller comenzamos a idear el nombre de la revista y a recopilar los mejores textos trabajados con Giovannini. El primer número de El Castillo fue vergonzoso; tuvimos la idea, jóvenes inexpertos en cuestiones de diseño y edición, de mandar imprimir la revista a un taller de los Portales de Santo Domingo. La publicación, más que una revista literaria, fue un folleto comercial. El impresor, sin consultarnos previamente, habÃa tomado la decisión de incluir publicidad de muchos de los locatarios de Santo Domingo, lo único bueno de esa publicación fue que algunos impresores nos ofrecieron descuentos si deseábamos imprimir algún tÃtulo universitario. El segundo número de la revista fue mejor planeado. El Castillo llegó a tener cuatro números a lo largo de dos años, verdadero record para una revista independiente; llegamos a incluir entrevistas que hicimos a Guillermo Samperio, Edmundo Valadés, Ignacio Betancourt y René Avilés Fabila, incluso este último llegó a darnos consejos para mejorar nuestra labor editorial, nos cedió un par de cuentos suyos y también nos hizo el honor de presentar la revista ante un público snob y ebrio en el hoy desaparecido bar de moda, El Hijo del Cuervo.
La entrevista con René la realizamos gracias a Giovannini que laboraba en Revista de Revistas, era su vecino de oficina en las instalaciones del Excélsior, dónde se albergaba el cubil del suplemento El Búho. Nos emocionó la posibilidad de conocer a uno de los integrantes de la generación de la Onda. Yo ya habÃa leÃdo a Parménides GarcÃa Saldaña, José AgustÃn, Gerardo de la Torre, Gustavo Sainz, pero a René Avilés Fabila, no. Era extraño que el grupo de amigos que nos reunÃamos a tallerear y comentar nuestros amorÃos frustrados y hallazgos bibliográficos, mientras bebÃamos y fumábamos maratónicamente, jamás nos hubiésemos topado con las espléndidas novelas y cuentos de René, y más raro aún porque leÃamos cada domingo El Búho donde él, René Avilés, de vez en vez publicaba minificciones, cuentos largos o espléndidos ensayos. Tal vez esto se deba a que René Avilés Fabila cultivó en su literatura un estilo menos desparpajado, elegante, sobrio, adecuado a sus temas amorosos y fantásticos, siempre sazonados con humor negro, mordaz e inteligente que lo distinguÃa de sus condiscÃpulos de generación que gustaban más a los jóvenes, o simplemente porque éramos unos chavos que no tenÃan una disciplina y curiosidad lectora... El asunto es que cuando Juan José de Giovannini nos informó que estaba concertada la cita para entrevistar a René, conseguimos sus libros y empezamos a quererlo y a identificarnos con su peculiar estilo, esto siempre sucede cuando un escritor es de cepa, de esos de veras talentosos. Lo primero que leà fue su espléndida novela Tantadel, narrada con sobriedad y ternura nada impostada, la honestidad de René Avilés para contar y hacernos partÃcipes de esa historia amorosa que jamás roza la cursilerÃa, fue suficiente para que yo buscara más libros de él. Luego quedé aún más sorprendido con sus cuentos de Hacia el fin del mundo, estos me mostraron cómo se debe escribir literatura fantástica y humorÃstica donde no está exenta la sátira polÃtica y social.
La entrevista fue realizada en su oficina de El Búho. Años después de esa reunión fui colaborador del suplemento, allà conocà a escritores como Francisco Liguori, Andrés Henestrosa, Gonzalo Martré, Ricardo Guzmán Wolffer, Edmundo DomÃnguez Aragonés, DarÃo Galicia, Macario Matus, Félix Luis Viera, Otto Raúl González y los artistas plásticos Juan Alarcón, Gonzalo Utrilla, Felipe Posadas, Fernando Correa Arrazola, además de los integrantes del consejo editorial, que por cierto, con uno de ellos aún conservo una amistad entrañable, David Gutiérrez Fuentes; para el tercer número de El Castillo, David se sumó a nuestra revista, primero como colaborador, luego como miembro del consejo editorial.
La entrevista la hicimos Raúl Jiménez, Salvador Bretón y yo, además de un amigo fotógrafo, Humberto Parra, éste se desplazaba a sus anchas dentro de la oficina de René. La entrevista se volvió una charla entre amigos, pronto olvidamos el guión que llevamos, la naturaleza antisolemne de René y la tolerancia que dispensó a esos tres imberbes aspirantes a escritores aquella mañana de algún mes de 1994, nos abrió las puertas de su afecto. Concluida nuestra misión, René nos invitó a volver para charlar de literatura, música y mujeres. Prometimos regresar para obsequiarle la revista donde serÃa incluida nuestra conversación.
Y regresamos al segundo dÃa debido a que nuestro flamante fotógrafo por algún motivo, habÃa olvidado durante las dos horas que permanecimos con René, quitar el protector de la lente de su cámara fotográfica, sólo habÃa derrochado flashazos sin objetivo alguno. No hallamos a René y tuvimos que conformarnos con una foto del archivo del suplemento que nos prestó David Gutiérrez.
Luego le hicimos algunas vistas y ya familiarizados le propusimos que nos diera un taller de cuento, nos cooperarÃamos para pagarle cada sesión. Sin pensarlo mucho, René se negó a que le pagáramos. Nos darÃa una sesión mensual, dijo, y tal vez ni eso, podrÃan pasar varios meses sin que pudiésemos tener alguna sesión, si no tenÃamos inconveniente con ese detalle, estaba dispuesto a darnos el taller en su oficina de El Búho. Asistimos a su taller durante dos años. Desde la primera sesión hasta la última, que fue cada viernes, jamás nos plantó. Allà aprendimos que la literatura no debe ser solemne, asà sean temas trágicos, siempre hay un ángulo risible. Nos recomendaba a sus autores dilectos: Truman Capote, Juan José Arreola, Mailer, Juan de la Cabada, Chejov, Nerval, Torri, Papini, Rubén Salazar Mallén, Elena Garro… Aprendimos a respetar a los escritores que nos han antecedido, a darles su justo valor leyéndolos con atención crÃtica.
Un mañana nos anunció: Ya no podré darles ni una sesión más. Ya están graduados, están listos para colaborar en El Búho, les pagarán sus colaboraciones, asà tendrán para sus dulces y para que me inviten unos güisquis, que bien los merezco luego de haberlos soportado tanto tiempo, cabrones. Colaboramos en el suplemento durante cinco años hasta que René renunció al Excélsior y nos fuimos con él a darle una nueva vida a El Búho primero como revista impresa y ahora digital. Luego gracias a su generosidad y confianza en nuestro talento literario, publicó nuestros primeros libros de cuentos en una colección de narrativa, Gato Encerrado con el sello de la UAM-Xochimilco.
Ahora que han transcurrido algunos meses del fallecimiento de René, sigo teniendo la impresión de que aún vive, que anda viajando de una ciudad a otra para presentar sus libros o dar conferencias en universidades. Tengo esa sensación… cómo expresarlo, carajo, sólo los que han sobrellevado la muerte de un ser querido sabrán a qué me refiero con esta inutilidad expresiva, con esta añoranza amorosa que nos abriga por algún tiempo de la pérdida de aquél al que amamos y sabemos que ya no será más persona, que ya no estará más frente a nosotros, que jamás responderá nuestras llamadas telefónicas, los mensajes o los emails. En fin, el asunto es que René, mi amigo, mi maestro sigue presente, como si se hubiese ido de viaje. Mi duelo es tan espeso que me arropa con una somnolencia que entorpece la realidad de mis vigilias y entonces nada de lo que percibo cada dÃa me consuela al advertir el vacÃo que René ha dejado en mi vida, asà vuelvo a reiterar en la sensación de que mi amigo recorre alguna ciudad o quizás se asolea en un nuevo viaje a Egipto.
Y pienso firmemente que mi querido René Avilés Fabila aún no es nostalgia, porque la nostalgia es el primer aviso del olvido, y el olvido es la confirmación de lo que ya no existe entre nosotros.