Miguel Donoso Pareja (1931-2015)
Miguel Donoso Pareja llegó a México una tarde lluviosa con una maleta de cartón y un traje que le quedaba grande de las mangas. Su pasaporte tenÃa categorÃa de exiliado. Atrás habÃa dejado la cárcel, su familia y una militancia activa por cambiar el gobierno de su paÃs. Se hospedó en el Hotel Independencia cerca del monumento a la Revolución. AbrÃa su maleta cuando vio pasar por la ventana a un hombre cayendo hacia la calle. Se asomó por el balcón después de escuchar el golpe seco del cuerpo contra el pavimento y contempló un hilo de sangre saliendo de la cabeza del caÃdo que poco a poco hizo un charco oscuro junto a la acera. La lluvia empapó la ropa del suicida y entorpeció el tránsito.
Trabajó en una oficina del Instituto Nacional de Bellas Artes y en la Universidad Nacional Autónoma de México dio el taller literario al que asistÃ.
Cuando me presenté con él, se quitó los lentes y recibió los dos cuentos que le di. Temeroso de no ser admitido en el taller, agregué:
—Gané un premio de teatro universitario.
Antes de aceptarme hizo que acudiera tres veces sin darme respuesta, al mes me dijo que sÃ.
Por los primeros textos que llevé, Miguel me vapuleó sin piedad, no sólo marcó los errores a los relatos sino que se divirtió con ellos e hizo reÃr a los demás con sus comentarios. Yo salÃa de esas sesiones sintiendo que mi vida era un absurdo, ser escritor se me presentó como la cuesta de SÃsifo, cada que llevaba algo creÃa haber alcanzado una cima y cuando lo confrontaba con Miguel rodaba cuesta abajo. La sensación de fracaso e impotencia duraba tres dÃas, al cuarto me sentaba a escribir otra vez y la experiencia se repetÃa la siguiente semana. Pasaron ocho meses antes de que diera por bueno uno de mis cuentos; ese dÃa se volcó en elogios hacia mi relato, dijo que era excelente y por qué lo era. Cuando se retiraron los demás y quedamos solos, me confesó:
—Pensé que no ibas a estructurar un cuento correctamente en tu vida, qué bueno que me equivoqué.
Regresamos esa tarde platicando por la explanada de Ciudad Universitaria, la figura gruesa y alta de Miguel avanzaba por la calzada como un gigante al lado de mi talla.